domingo, 29 de noviembre de 2009

Pierolapithecus catalaunicus



Quisiera recuperar en este blog un importante descubrimiento que ya fue presentado en noviembre de 2004, por el equipo de investigación a cargo de Salvador Moyá-Solá, del Instituto de Paleontología Miquel Crusafont de Sabadell. Se trata de lo que algunos sectores de prensa y otros medios dieron en llamar entonces:

“El eslabón perdido entre el mono y el hombre” o, “El abuelo del hombre y los grandes monos”...

Para comprender la relevancia de este hallazgo hay que situar la especie descubierta en el punto que le corresponde de la evolución del hombre y, como veremos, también de los grandes simios antropomorfos (de figura humana). La especie fue bautizada como Pierolapithecus catalaunicus y “Pau” es, digamos, su «nombre artístico».

No se trataba tampoco entonces de un hallazgo del todo reciente, puesto que los primeros restos óseos aparecieron el 5 de diciembre 2002 en Hostalets de Pierola, y consistían en un colmillo y un cráneo. Dos años después, se reunieron un total de 83 huesos, todos ellos procedentes de este yacimiento (un vertedero en construcción) y pertenecientes al mismo individuo.
El conjunto de restos óseos incluía la cara, el cráneo, algunas vértebras, costillas y las articulaciones de una mano. Era un macho adulto pero joven, de aproximadamente unos 35 kilos de peso y con una estatura algo menor que la de un chimpancé: 1 o 1,20 metros de altura. Un antepasado nuestro muy remoto, muy distante en el tiempo de cualquier homínido que pudiera recordar a un ser humano actual. Para entendernos, debemos tomar conciencia de las fechas que revelan los fósiles después de ser analizados, “Pau” tiene una antigüedad de 13 millones de años y es, además de nuestro ancestro, el de los grandes simios antropomorfos como el orangután, el gorila, y el chimpancé.
Este último antepasado común de los antropomorfos de gran tamaño, pudo haberse originado a partir de los simios menores. Desde esos 13 millones de años en adelante hacia nuestros días, las cosas se complican aún más en la organización de un registro fósil, que, aunque abundante en piezas, no es sino un minúsculo y casi imperceptible fotograma en la gran superproducción que fue la evolución humana.
Hace poco más de 12 millones de años una rama del Pierolapithecus se distanció en Eurasia evolucionando por separado, tal vez hasta la forma actual del orangután, luego, hará 8 millones de años lo hizo en África el gorila, y entre 7 y 5 millones de años el chimpancé y los homínidos de nuestra estirpe. Es interesante resaltar que nuestro parentesco genético con el chimpancé es mayor que el de éste último con el gorila.
Hace alrededor de 5 millones de años, nuestro linaje se alejó del de los chimpancés, y comenzó la evolución de los homínidos a través de un árbol genealógico de ramas subdivididas, donde surgieron y se extinguieron numerosas especies. De una de esas ramas, hace sólo unos 150.000 años se originó en África la especie Homo sapiens.
El descubrimiento de “Pau” nos sitúa en un punto muy interesante de la evolución de los primates, pero además nos dice, mediante su dentición, morfología y el estrato donde se hallaba, de qué se alimentó, en qué ecosistema vivía, y de qué forma. Jordi Agustí, doctor en ciencias biológicas y miembro de la Real Academia de Ciencias y artes —que entonces era director del Instituto de Paleontología Miquel Crusafont—, escribió el mismo día en que se publicó el hallazgo un artículo en el diario EL PAIS donde nos daba cuenta del tipo de hábitat en que se movía Pierolapithecus. Según este prestigioso científico durante el Mioceno Medio (hace 13 millones de años) el lugar donde se han desenterrado los restos fósiles de Pau era una selva tropical, densa y muy húmeda. El propio Agustí hace mención en su artículo a las palabras del mallorquín Salvador Moyá-Solá —actual director del Instituto Crusafont—, principal responsable de esta fructífera investigación, que lleva más de 20 años trabajando en Sabadell. Moyá, para dar una idea de cómo era aquella selva, dijo que se podría haber observado en ella la misma variedad de fauna “que pasando un mes en la actual selva de Sumatra” (isla de Indonesia occidental).
Se encontraron también fósiles de pequeños vertebrados como ardillas voladoras, carnívoros muy primitivos, pequeños cérvidos de bosque, reptiles, y una cantidad muy elevada de tortugas, además de antiguos parientes del elefante y del rinoceronte. Parece ser, según nos contaba Jordi Agustí, que hace entre 16 y 14 millones de años se produjo una enorme crisis climático ambiental, nunca antes registrada en el planeta durante los últimos 30 millones de años. Como consecuencia, los hielos avanzaron por primera vez a la Antártica debido al rápido descenso de las temperaturas, y los primeros biotopos semejantes a sabanas se extendieron por África oriental. Para los primates del continente esto supuso un cambio adaptativo en la alimentación, que pasó de su contenido en frutos, a una dieta basada en hojas coriáceas (recias pero flexibles). La adaptación trajo consigo una dentición reforzada dotando de grueso esmalte las muelas de estos primates, que especializados ya en un clima seco, se extendieron a parte de Europa, aprovechando el nuevo paso desde África debido al retroceso de las aguas. Los restos fósiles de estos primates que alcanzaron Europa —anteriores al descubierto por el equipo de Salvador Moyá—, se conocen como Griphopithecus y tienen una antigüedad de 14 millones de años. Existen otros restos hallados en África, datados más o menos con la misma edad cronológica, que, muy probablemente, sean del mismo género pero con un nombre diferente: Kenyapithecus.
Pero, ¿en qué momento aparece el «recién» descubierto Pierolapithecus catalaunicus? Nos situamos en Europa hace unos 14 millones de años; buena parte del continente está recuperando la estabilidad climática tras la crisis que sufrió dos millones de años antes, y que trajo, desde África, a aquellos primates especializados a un entorno seco. La recuperación climática también lo fue ecológica, y regresaron los bosques tropicales extendiéndose por buena parte de Europa y Asia occidental. La diversidad de los mamíferos aumentó y se abrieron, hace cerca de 12 millones de años, nuevos pasos entre Europa occidental y África a través del Próximo Oriente. El clima se recuperó de tal forma, que los nuevos bosques subtropicales llegaron hasta el norte de África. Es en este momento de estabilidad, que Jordi Agustí calificaba de “oasis” o “tiempos de bonanza climática y ambiental”, cuando aparece Pau, el Pierolapithecus. Pau, surge junto a una fauna de habitad boscoso, pero su existencia, como especie en Europa, no fue muy duradera. Se piensa que pudo evolucionar en este continente hacia especies más arborícolas, después de sufrir otras crisis climáticas en las que los inviernos se hicieron más fríos, y los veranos cada vez más secos. Un candidato a descendiente del Pierolapithecus en Europa podría ser Dryopithecus “Jordi”, cuyos restos se encontraron en Can Llobateres y fue publicado hace más de diez años. Finalmente, estas especies de dientes de esmalte fino que se alimentaban de hojas blandas y de fruta, se extinguieron en Eurasia debido a la variación del clima y tal vez evolucionaron dando lugar al orangután: simio antropoide originario de las selvas de Borneo y Sumatra cuyo nombre en malayo significa hombre del bosque . En África, sin embargo, la especie del Kenyapithecus —el “Jordi africano” que se mantuvo en el continente— soportó las duras crisis climáticas adaptándose a ellas, y es esa línea evolutiva, la que dio origen a nuestra especie millones de años después.


Siguiendo con el hallazgo de Hostalets de Pierola Pierolapithecus conviene tomar nota de algunos detalles que expuso la investigadora Meike Köhler, del equipo descubridor, en una rueda de prensa:
“Mientras el resto de los primates tienen el cuerpo más parecido a un gato, los grandes antropomorfos presentan posturas erguidas y el cambio para eso se ve claramente en el cuerpo de Pau”.
Según Köhler, los restos fósiles de este lejano antepasado, considerado —al menos por el momento— como el punto de partida hacia los grandes antropomorfos y nosotros, revelan una postura erguida; lo que no implica que fuese bípedo de forma especializada. Salvador Moyá, que como ya he señalado dirigió la investigación, subrayó además que el cráneo de este hominoideo es extremadamente moderno, con características semejantes a los grandes simios actuales.
Moyá dijo sobre la alimentación de Pau, que estaba basada en frutos, vegetales, insectos y ocasionalmente de pequeños mamíferos, haciendo de esto último una comparación con los chimpancés:
“Llevaba el tronco del cuerpo vertical y lo que hacía era suspenderse”.

Pierolapithecus, tenía las manos mucho más cortas que los actuales chimpancés, lo que le impedía colgarse. Sin embargo, su morfología ósea indica que fue sin duda un excelente trepador. Otro dato a señalar es que algunos de los huesos encontrados muestran marcas de dientes y tratándose de un ejemplar joven, cabe pensar, que tal vez fue apresado por algún carnívoro hace aproximadamente 12 millones de años en la selva tropical que era entonces la península Ibérica. Este espécimen descubierto tiene una importancia añadida, y es que hasta el momento no se contaba con evidencias fósiles, de un periodo prehistórico en el que un primate abrió la senda que conduciría a los simios superiores -y a sus antecesores más cercanos de los que aun no se han encontrado fósiles- y a los homínidos (nuestra estirpe). Pau estaba en ese punto de diferenciación con el resto de primates, y existen una serie de indicios que son muy útiles sí, claro está, los huesos encontrados son las piezas claves para ello. Estos indicios son: la ausencia de cola, una columna vertebral que permita una postura erguida, un cráneo en el que la cara sea bastante plana y no exista una nariz protuberante o un morro, es decir, que no se estorbe el campo de visión de manera que los ojos estén situados en el plano frontal de la cara. Otro punto a tener en cuenta es la rotación articulada de los brazos que en los simios superiores (recordemos que se trata de chimpancés, gorilas, gibones y orangutanes) y en los seres humanos es de 360 grados, lo que no ocurre con el resto de primates.

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Andrés Ruiz Segarra

"Un tiempo que va más allá de la Historia, que precedió a la humanidad, y que determinó lo que hoy somos y el lugar que ocupamos en este planeta"