viernes, 25 de octubre de 2019

El árbol filogenético humano. Esquema de ROBERTO SÁEZ


   Uno de los detalles más evidentes en este esquema es la ramificación en el proceso evolutivo. La complejidad de reconstruir lo que se originó de una forma única e irrepetible hace que las teorías cambien, que se ajusten a los nuevos datos.

domingo, 14 de octubre de 2018

Naturaleza humana /Opinión

No soy optimista en cuanto a que la naturaleza humana produzca por sí sola un acervo conciliador, justo y humanista. Más bien pienso todo lo contrario. Y aún así me sumo a la idea de que la educación es la arcilla en manos del alfarero para curar los males de la especie humana.
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Dibujo del autor basado en una fotografía.

domingo, 3 de junio de 2018

El "gen" de la espiritualidad

   En el momento en que se escribe este artículo aún se considera que Homo hábilis, un homínido con un cerebro algo mayor que el de los australopitecus —estos últimos algo así como chimpancés bípedos— fue el creador de las primeras herramientas de piedra hace algo más de dos millones y medio de años. Durante aquel tiempo, en algún lugar del planeta, muy probablemente en África, se desarrolló un tipo de inteligencia social y tecnológica sin precedentes. Era una época en la que diversas especies de homínidos coexistían ramificadas a partir de antecesores comunes.

 Me gusta pensar, no sin cierta dosis de fantasía, en ese breve instante de la prehistoria del planeta donde ningún pájaro de hierro sobrevolaba los cielos, ni altos edificios colonizaban los llanos; donde todo estaba por descubrir y nada aseguraba la supervivencia. Pero lo que más me atrae en estas osadas elucubraciones es el momento concreto en que una de aquellas especies comenzó a hacerse preguntas mucho más complejas que aquellas relacionadas con la caza o el carroñeo. Preguntas más cercanas al plano existencial. Tal vez ese fue el comienzo, la evolución primigenia e incipiente de lo que hoy conocemos por ciencia y que tuvo su punto de partida en la filosofía. Sin embargo, prefiero centrar la atención en aquel homínido —u homínida— que se quedó maravillado al contemplar el fogonazo de un relámpago y fue capaz, por primera vez, de preguntarse por qué.

    El planeta ya no volvería a ser el mismo a partir de aquel suceso. Una cadena de acontecimientos y cambios medioambientales pulularon en la arcilla de lo azaroso y causal, sin dirección preestablecida, extinguiendo especies, mutándolas y  apoyándose en todo momento en el tamiz de los mejor adaptados y sus descendencias. El motor de la evolución que Darwin llamóSelección Natural.

   No puedo pasar por alto que el nacimiento de una autoconciencia compleja debió  dar lugar al concepto espiritual. Y que éste último, como muchos otros fenómenos psicosociales, sufrió los mecanismos que Darwin definía, evolucionando y formando parte de los factores positivos para la supervivencia, quedándose incluido en el porcentaje del acervo genético de las poblaciones. No obstante, debo puntualizar, no lo hizo exactamente como elemento absoluto deespiritualidad, ni como un gen exclusivo para ello, sino como una predisposición a estos efectos. Eso explicaría a mi juicio muchas cosas hoy día acerca del éxito y desarrollo de las religiones y de la inclinación al esoterismo en nuestra especie y en todas sus culturas por más remotas que estas se localicen.

Si fue así o no —como todo en la prehistoria jamás tendremos la certeza definitiva— el tiempo y la ciencia nos lo irán confirmando. Entre tanto regreso a mi homínido reflexivo y su cielo abierto, a su mirada vidriosa y a sus lejanos pensamientos.

Andrés Ruiz Segarra.

jueves, 21 de enero de 2010

Origen del lenguaje humano


En algún momento de la evolución humana surgió el lenguaje, la comunicación oral entre homínidos más o menos compleja. Quizá lo hizo de forma tardía y repentina, o bien, más que una explosión se trató de un proceso lento y gradual que la selección natural pulió con su azarosa inercia. Sin propósito, salvo el que da la competencia y el éxito reproductivo y de supervivencia, el mecanismo a veces llamado “motor de la evolución” extendió su perpetuo tamiz, favoreciendo un nuevo carácter emergente en algunos individuos —o quizá antiguo entre los primates— que proporcionó un medio más exitoso de supervivencia y reproducción en las circunstancias que debieron darse. El lenguaje se hizo entonces una muy poderosa herramienta para sus portadores.

La pregunta emerge, por tanto, como un desafío, pero las respuestas están aun enfrentadas, no existe una única teoría aceptada por la ciencia sobre el inicio del lenguaje en el linaje humano. El lenguaje, entendido como la transmisión oral de información acerca de uno mismo y su entorno, tiene un origen aún difuso.
El célebre profesor Emiliano Aguirre, Catedrático de Paleontología, describe a los homo ergásters (de hace 1,2 millones de años) como los homínidos que en África exploraron las capacidades de relacionar conceptos y de previsión mental, sosteniendo que estos homínidos enriquecieron la inteligencia y el lenguaje tras la gran crisis climática de hace cerca de 2 millones de años (Aguirre 2008 Homo Hispánico). Sin embargo otros autores no están en consonancia con esta opinión, y se pronuncian en favor de una evolución tardía, que “surge” de la complejidad social. Existe una gran controversia en este tema y las hipótesis al respecto abundan.

Hasta no hace mucho tiempo se privaba a los neandertales de la capacidad de hablar, y, aun hoy, algunos autores limitan esta especie a un lenguaje simple y exento de complejidad, delimitándolos a un rudimentario protolenguaje muy distinto al de los homo sapiens modernos.
Recientemente, un estudio sobre la manipulación y uso —por neandertales—de conchas marinas perforadas, procedentes de dos yacimientos de Murcia (Cueva de Antón y Cueva de los Aviones) ha sido publicado por la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences. De este estudio se concluye que los neandertales tenían una capacidad de inteligencia muy parecida a la de los sapiens modernos africanos, “ambos habían llegado a niveles de desarrollo cultural idéntico” afirma el antropólogo Joao Zilhao, (Departamento de Antropología y Arqueología de la Universidad de Bristol, Reino Unido).

Parece ser que el pensamiento simbólico de los neandertales estaba ya desarrollado al mismo nivel que el de los sapiens diez mil años antes de que éstos llegasen a Europa. Esto no justifica por sí sólo que los neandertales tuviesen una capacidad notable para el habla, sin embargo nos permite plantearnos esa posibilidad.

Eudald Carbonell (IPHES) afirma acerca de este tema:

"Si el 'Homo heilderbergesis', hace 400.000 años, ya tenía un comportamiento simbólico, no me sorprende nada que lo tengan los neandertales, que ya hacían grabados y son una forma de escritura incipiente. Ya el enterramiento en la Sima de los Huesos de Atapuerca fue consciente, y ello ya es simbólico.”

El lenguaje no fosiliza; el aparato fonador está compuesto por partes blandas que no se conservan, no obstante, como apuntan Cela Conde y J. Ayala, tampoco lo hacen las estrategias de caza y carroñeo que, sin embargo, se infieren mediante estudios a partir de indicios como las herramientas de piedra; como también afirma Juan Luis Arsuaga: “la mente no fosiliza”, y, por tanto, los estudios deben enfocarse en pruebas indirectas.

Hace alrededor de 350.000 años el antepasado de los neandertales, la especie homo heidelbergensis, ya oía de forma similar a nosotros. El estudio de los huesos del oído de cinco individuos así lo atestiguó hace unos años. Ignacio Mantínez, miembro desde 1984 del equipo de Investigaciones de los Yacimientos Pleistocenos de la sierra de atapuerca, y principal autor de este estudio junto con Juan Luis Arsuaga, postulaba ya entonces que la evidencia de este descubrimiento era más que un indicio de que estos homínidos podrían haber sido capaces de hablar, aunque subrayaba el matiz de que los preneandertales no podrían pronunciar algunas vocales. Más tarde el estudio de huesos hioides (de la garganta) de preneandertales de hace 500.000 años también descubiertos en Atapuerca, dio solidez a la hipótesis del habla en preneandertales, y, por tanto, también en los neandertales. Pero la clave para sustentar esta afirmación se publicó en 2007 en la revista Current Biology.

Restos fósiles de neandertal (procedentes del yacimiento El Sidrón) sirvieron para obtener ADN de esta especie y evidenciar la presencia de los cambios dados en el gen FOXP2, que en los humanos se relaciona con el habla. El gen FOXP2 fue identificado en el genoma humano ya en 2001, se trata de un gen interruptor que influye sobre la actividad de otros genes. Esta proteína existe en otros animales pero se diferencia en la cadena de aminoácidos. La presencia de esta proteína parece, en principio, apoyar la capacidad del habla en los neandertales, hoy sabemos que en los humanos el FOXP2 está implicado en la actividad de 116 genes más que la versión chimpancé de este gen en esos primates. Sin embargo los investigadores todavía se encuentran con el reto de descifrar en qué gen, o genes, de esta diferencia se halla la responsabilidad del lenguaje.

Dereck Bickerton (1990) sugiere que homo hábilis—homínido de hace alrededor de 2,5 millones de años y, presuntamente, autor de las primeras herramientas de piedra en esa fecha—utilizó un protolenguaje, que compara con el lenguaje de dos palabras de los niños pequeños. Me he tomado la libertad de reproducir un fragmento de una entrevista realizada en 2009 a este investigador, profesor de la Universidad de Hawai, en Honolulu y reconocido experto en lingüística. La fuente procede de:

(http://www.desdeelexilio.com/2009/05/11/desarrollo-del-lenguaje-entrevista-a-derek-bickerton/)


«El lenguaje sólo puede haber surgido de alguna clase de presión selectiva a la que los ancestros de la humanidad estuvieran sometidos, una presión selectiva peculiar entre las especies que compartían los requisitos del lenguaje (tamaño cerebral adecuado, un canal o canales apropiados, intensa interacción social…); si no, debería haber empezado a desarrollarse el lenguaje también en al menos alguna otra de esas especies. Hasta ahora la única presión adecuada parece ser el carroñeo confrontativo de cadáveres de megafauna. Esto requeriría el reclutamiento de un amplio número de congéneres, y el reclutamiento precisaba de señales con la propiedad de desplazamiento (referencia a objetos fuera del alcance sensorial del receptor), transformando así el anterior sistema de comunicación.

El lenguaje evolucionó inevitablemente una vez que el proceso arriba descrito hubo producido las primeras unidades simbólicas. El cerebro, un mecanismo auto- organizador, desarrolló entonces modos de combinar estas unidades, mediante procesos de ordenación y almacenamiento y la formación de enlaces entre las áreas cerebrales involucradas, para disponer de construcciones cada vez más complejas. Esto hizo innecesarias ulteriores presiones selectivas, aunque en conjunto la destreza en el lenguaje puede haber conducido a algún grado de selección de grupo.»
Bickerton(2009)



Es sabido que el cerebro de los primates es —en proporción a su masa corporal— mayor que el del resto de animales, y una curiosa teoría se plantea como la más aceptada explicación a ello: la «inteligencia maquiavélica» Dick Byrne y Andrew Whiten (1988).
En resumen esta teoría destaca la complejidad social entre los primates, que supera al resto de animales si se observa en profundidad. La complejidad social de los primates es, incluso, mayor que la del mundo que les rodea (Aníbal P. Ferreras 2006) y ello ha contribuido a aumentar su volumen cerebral, pero un factor determinante, según la teoría de Byrne y Whiten, es el engaño táctico. El engaño táctico procede con la premisa de imaginar cómo reaccionará el otro ante una información falsa, y su expresión parece ser única en monos y simios. Quizá esta maniobra de supervivencia, y de calidad de vida, sea un factor genético, una especie de material innato del que también hicieron uso nuestros más remotos antepasados. No hace falta más que mirar a nuestro alrededor para comprobar que el engaño táctico en las relaciones sociales es, obviamente, también humano. De una u otra forma numerosos experimentos han avalado el hecho de que los primates engañan a sus semejantes deliberadamente, y que algunas especies como el mono verde surafricano (vervets), o el Mono de Campbell (Cercopithecus Campbelli) de Costa de Marfil tienen «palabras» concretas, para elementos concretos: águila, serpiente, leopardo… este tipo de protolenguaje surge con un aumento de la capacidad cognitiva, tal vez en relación con esa complejidad social y, casi con total seguridad, con el engaño táctico adaptativo.

Un estudio reciente, acerca del Mono de Campbell, revela que sus llamadas de alerta al grupo ,constan de una raíz (distinta para peligros distintos), y un sufijo que añaden (de modo opcional) para referirse a un peligro distinto y más genérico. La complejidad en las llamadas y alertas se había observado también en otros animales no primates, pero ni tan siquiera en los pájaros se ha advertido el uso de un sufijo que, como en el lenguaje humano, altera la forma y el significado de la palabra: banal (banalidad), cotejo (cotejar). Hace alrededor de treinta millones de años en la evolución de los primates, éstos monos se escindieron de la rama que daría lugar a los albores de nuestra especie; «tan sólo» hace entre cinco y siete millones de años que los chimpancés se separaron del tronco común con nosotros. ¿Qué está haciendo la evolución con los monos Campbell? ¿Acaso reinventa? ¿Quizá converge con los inicios del protolenguaje, o es que la capacidad potencial para el lenguaje es muy antigua entre primates?

Tal vez, así sea, y como afirma Zuberbüler, de la Universidad de Saint Andrews en Escocia, existan:

"…rasgos ancestrales flotando en el linaje de los primates".


Andrés Ruiz Segarra



martes, 22 de diciembre de 2009

Los Australopithecus

Una de las preguntas que suele plantearse es si estaríamos aquí si los dinosaurios no se hubiesen extinguido, la respuesta para la mayor parte de la comunidad científica es que no. Pero también afirman que si volviese a empezar la historia de la vida tampoco nada aseguraría nuestra aparición como especie. Por ello me parecen tan «especiales» las formas que nos precedieron, porque mientras existieron fueron seres con vida propia, sin destino direccional, una especie latente y no una transición hacia nosotros. Muy lejos de los dinosaurios-hacia el presente- queda la historia de que trata este blog: nuestra historia, o mejor dicho, nuestra prehistoria.

Los primates pertenecemos al tronco evolutivo de algunos de aquellos mamíferos placentarios que se originaron a partir de los reptiles, y que sobrevivieron a la extinción del cretácico.

Empujados por cambios en el medio ambiente los primeros primates se diversificaron dando lugar a distintas especies, que fueron extinguiéndose mientras que otras prosperaban evolucionando al sacarle partido por medio de la selección natural a características más exitosas para la supervivencia. Un elemento decisivo en la evolución o extinción de toda especie entre otros es el aumento o descenso de las temperaturas que pueda llegar a alterar considerablemente los ecosistemas. Durante la historia de la Tierra se han sucedido periodos glaciares en una media aproximada de 150 millones de años entre glaciaciones. Hace 15 millones de años, se produjo uno de los más intensos. El fuerte descenso del nivel de los océanos provocado por la acumulación de hielo en la Antártica abrió pasillos intercontinentales, y los simios antropomorfos originados en África se dispersaron por Eurasia y Suramérica, de la misma forma en que lo hicieron otros animales. Pero incluso en las zonas geográficas donde las temperaturas en periodos glaciares fueron benévolas para la proliferación de la vida animal y vegetal, se produjeron oscilaciones interglaciares en el clima que afectaron a la biota terrestre.

En el retrato evolutivo de los primates homínidos un nuevo peldaño surgió con la aparición de los Australopitecinos, tras otras formas anteriores que ya habían inaugurado el bipedismo, la visión frontal y otros elementos presentes después, en los Australopithecus. Esta interesante especie guardaba una estrecha relación con la vida en los árboles, pero ya eran capaces de desplazarse de forma habitual sobre las extremidades inferiores. Aun así, su aspecto nos recordaría más a un chimpancé que a un ser humano.

Aunque existe algún indicio de que los Australopithecus pudieron utilizar la piedra como herramienta simplequizá para alimentarse de vegetales las pruebas asociadas no son concluyentes y, por el momento, como sucede en esta ciencia de inesperados descubrimientos, se considera que no fue así.


El niño de Taung


El Australopithecus, mono del sur, fue bautizado así por Raymond Dart en 1924 cuando descubrió un pequeño cráneo fósil en un yacimiento en la localidad de Taung, Sudáfrica. El anatomista de origen australiano observó en aquel cráneo de una pequeña cría de primate, rasgos ligeramente humanos tales como una cara más plana que la de los primates no homínidos, una dentición distinta, y la reducción considerable de los caninos además de un cerebro de mayor tamaño de donde se intuía que era un ser bípedo. Acababa de descubrir una especie más en el rompecabezas de la historia del Hombre, un ejemplar, anterior a todos los fósiles de homínidos hallados en la época, y lo había hecho en África. Pero se trataba de dar un gigantesco vuelco a la idea científica sobre la procedencia del ser humano, que por aquel entonces se situaba en Asia y Europa. Un giro, aplastado en principio por la sombra del escepticismo. Pero Dart no se dio por vencido y manifestó abiertamente su convencimiento de que aquel pequeño cráneo pertenecía a una especie homínida, a un eslabón intermedio entre primates antropomorfos y la estirpe que dio lugar a nuestra propia especie.

Trece años antes del descubrimiento de Raymond Dart se había hallado en Inglaterra el cráneo fósil de una especie ancestral al ser humano “el hombre de Piltdown”. Era un momento en que Francia, Bélgica y Alemania gozaban de descubrimientos de la especie Neandertal, y de su antecesor Homo heidelbergensis. También en Asia se contaba con el descubrimiento del Homo erectus, hombre de Java, desde 1892, pero todas estas especies –de las que volveremos a hablar-eran posteriores en la evolución al descubrimiento que años después hizo Dart en África. Cuando apareció el fósil de Pildown (1911) se dio algo que nadie sospechó, y que no fue descubierto hasta 1948, mucho tiempo después. El cráneo fósil de homínido descubierto en Inglaterra que sugería que el primer hombre era ingles, era falso. Pildown, era fraude. Pero volvamos a 1924 cuando Raymond Dart descubrió una especie más primitiva, más remota en el tiempo que las que entonces se conocían, y afirmó que el ser humano, el homo sapiens sapiens, nuestra especie, procedía de África y no de otro continente. El niño de Taung, Australopithecus africanus, no fue reconocido por la comunidad científica, y su rechazo vino acentuado precisamente por los descubridores del cráneo (fraudulento) de Pildown. Pero gracias al arduo trabajo de otro científico llamado Robert Broom (1866-1951) el descubrimiento de Dart fue finalmente aceptado reconociéndose África como cuna de la humanidad, y Australopithecus como verdadero homínido. Alguna subespecie de Australopithecus-de todas las que surgieron- daría, algunos millones de años después en la evolución, un salto a otra nueva estirpe de primate homínido: la especie Homo. Pero este no fue, al parecer, el caso del Australopithecus africanus.

El descubrimiento de Dart tardó casi veinte años en ser reconocido por la comunidad científica, Robert Broom le creyó desde el principio, fue a visitarle, y se apasionó con el cráneo del niño de Taung. Broom era metódico en su trabajo y se dedicó plenamente a buscar fósiles de Australopithecus en África, continente donde ya Darwin había pronosticado que aparecerían pruebas de la procedencia del Hombre. Broom, halló restos fósiles de ejemplares adultos de Australopithecus africanus que demostraban claramente que no se trataba de un simio antropomorfo, sino de un homínido bípedo cuyo estudio posterior situó a la especie en cuestión entre 3 y 2,5 millones de años de antigüedad. Robert Broom murió en 1951 un año antes de que se desvelara que el hombre de Pildown era en realidad una estafa; jamás llegó a saberlo.

Comparándolo con el de un simio (un chimpancé muy joven) el cráneo descubierto por Dart muestra diferencias que no escapan a la vista. La cara más plana y mucho menos prognata, además de la reducción de los incisivos, son una muestra de ello.

Australopithecus africanus fue el descubrimiento que situó las miradas en África como punto de partida de la evolución del hombre; algo que nadie esperaba. Más tarde se encontraron especies de mayor antigüedad y otras posteriores a Australopithecus, que después de numerosos estudios se inscribieron en el mapa de la evolución del ser humano. Los Australopithecus no hablaban; no conocían el fuego; no fabricaban herramientas -aunque es posible que se comportasen de forma parecida al chimpancé actual utilizando palos o piedras-. No eran tampoco seres de una inteligencia similar a la nuestra y su aspecto nos recordaría de nuevo a un chimpancé. Pero eran bípedos: caminaban sobre sus extremidades inferiores y sus molares y caninos eran muy distintos a los de un simio antropomorfo. Toda una serie de cambios anatómicos operaron en ellos a partir de especies anteriores mucho más simiescas. Y el motor de esos cambios fue la alteración del ecosistema donde vivían. Hace entre seis y ocho millones de años, a finales del Mioceno, un nuevo pulso climático azotó el planeta enfriándolo considerablemente y los hielos regresaron a la Antártida provocando un nuevo descenso del nivel del mar. El cambio ambiental provocó una gran actividad evolutiva y la extinción de los hominoideos (simios en este caso) en numerosas zonas del planeta. África también sufrió cambios ambientales y se vio poblada de especies animales adaptadas a sus amplias llanuras áridas de terreno abierto, mientras que en las zonas del África oriental se formaron mosaicos de bosque tropical. Allí, los primeros homínidos, más simiescos, que precedieron a los Australopithecus -representados por escasos fósiles-, dependían de hábitats arbolados boscosos, que se extendían en manchas dispersas donde la humedad permitía el desarrollo de la selva tropical.

Siguió, hace unos cinco millones de años, un periodo de estabilidad climática cálido y húmedo, que propició aún más la formación del bosque tropical y retiró las llanuras herbáceas. La evolución de los primeros homínidos funcionó entorno a esos cambios medioambientales, y los seres a quienes llamamos Australopithecus aparecieron hace alrededor de cuatro millones de años con la especie Australopithecus anamensis descubierta en el norte de África.

Anamensis vivió en un ambiente arbolado: selvas y bosques abiertos, en el norte de África, hace entre 4,2 y 3,9 millones de años. Su alimentación fue exclusivamente vegetariana, a juzgar por el tipo de dentición y el análisis de las piezas dentarias. Era una especie bastante simiesca, bípeda, como ya he indicado anteriormente, con una capacidad craneal de 500 cm3.

No se han encontrado restos de Australopithecus en ninguna otra parte del planeta fuera de África, y se da por sentado que esta especie se extinguió en ese mismo continente. Lo que destaca de Australopithecus, así como de sus inmediatos predecesores, es principalmente el bipedismo, sin embargo, otro homínido desarrolló de forma paralela este tipo de locomoción varios millones de años antes: Oreopithécus bambolii.

Se trata de una especie que quedó aislada cuando el nivel del mar ascendió debido al deshielo y las intensas lluvias, en uno de los periodos interglaciares que provocó cambios en la configuración de las costas, además de en la fauna y flora. Pero Oreopithécus se extinguió cuando, tras varios millones de años, se produjo un nuevo pulso climático que trajo los hielos de nuevo a la antártica, descendiendo, una vez más, el nivel del mar. La isla que protegió a estos primates de hace entre 9 y 6 millones de años de las presiones depredatorias, e impulsó una determinada dirección evolutiva, recobró el paso por tierra con el continente europeo y barrió del planeta uno de los primeros asomos de bipedismo entre primates. En realidad se trató de una convergencia evolutiva y no era un bipedismo estricto sino más bien un desplazamiento ocasional en combinación con el arborícola. Quizá por ello la forma del pié de Oreopithécus no se especializó del mismo modo que lo hizo en Australopithecuscuya estructura es ya muy parecida a la nuestra—.

Los chimpancés no son bípedos, aunque se yerguen sobre sus extremidades inferiores para alcanzar alimento y pueden caminar, toscamente, durante algún tiempo. En realidad la bipedación requiere de unos cambios anatómicos que afectan, no sólo a las extremidades inferiores, sino al centro de gravedad del cuerpo que sitúa la unión de la columna vertebral con la cabeza en la base del cráneo. También la cadera sufre serias variaciones. En resumen podemos decir, que operó una reorganización anatómica muy amplia durante la evolución de la locomoción bípeda en los homínidos, y que una de sus consecuencias en el ser humano actualúnico primate bípedo es un parto doloroso.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Pierolapithecus catalaunicus



Quisiera recuperar en este blog un importante descubrimiento que ya fue presentado en noviembre de 2004, por el equipo de investigación a cargo de Salvador Moyá-Solá, del Instituto de Paleontología Miquel Crusafont de Sabadell. Se trata de lo que algunos sectores de prensa y otros medios dieron en llamar entonces:

“El eslabón perdido entre el mono y el hombre” o, “El abuelo del hombre y los grandes monos”...

Para comprender la relevancia de este hallazgo hay que situar la especie descubierta en el punto que le corresponde de la evolución del hombre y, como veremos, también de los grandes simios antropomorfos (de figura humana). La especie fue bautizada como Pierolapithecus catalaunicus y “Pau” es, digamos, su «nombre artístico».

No se trataba tampoco entonces de un hallazgo del todo reciente, puesto que los primeros restos óseos aparecieron el 5 de diciembre 2002 en Hostalets de Pierola, y consistían en un colmillo y un cráneo. Dos años después, se reunieron un total de 83 huesos, todos ellos procedentes de este yacimiento (un vertedero en construcción) y pertenecientes al mismo individuo.
El conjunto de restos óseos incluía la cara, el cráneo, algunas vértebras, costillas y las articulaciones de una mano. Era un macho adulto pero joven, de aproximadamente unos 35 kilos de peso y con una estatura algo menor que la de un chimpancé: 1 o 1,20 metros de altura. Un antepasado nuestro muy remoto, muy distante en el tiempo de cualquier homínido que pudiera recordar a un ser humano actual. Para entendernos, debemos tomar conciencia de las fechas que revelan los fósiles después de ser analizados, “Pau” tiene una antigüedad de 13 millones de años y es, además de nuestro ancestro, el de los grandes simios antropomorfos como el orangután, el gorila, y el chimpancé.
Este último antepasado común de los antropomorfos de gran tamaño, pudo haberse originado a partir de los simios menores. Desde esos 13 millones de años en adelante hacia nuestros días, las cosas se complican aún más en la organización de un registro fósil, que, aunque abundante en piezas, no es sino un minúsculo y casi imperceptible fotograma en la gran superproducción que fue la evolución humana.
Hace poco más de 12 millones de años una rama del Pierolapithecus se distanció en Eurasia evolucionando por separado, tal vez hasta la forma actual del orangután, luego, hará 8 millones de años lo hizo en África el gorila, y entre 7 y 5 millones de años el chimpancé y los homínidos de nuestra estirpe. Es interesante resaltar que nuestro parentesco genético con el chimpancé es mayor que el de éste último con el gorila.
Hace alrededor de 5 millones de años, nuestro linaje se alejó del de los chimpancés, y comenzó la evolución de los homínidos a través de un árbol genealógico de ramas subdivididas, donde surgieron y se extinguieron numerosas especies. De una de esas ramas, hace sólo unos 150.000 años se originó en África la especie Homo sapiens.
El descubrimiento de “Pau” nos sitúa en un punto muy interesante de la evolución de los primates, pero además nos dice, mediante su dentición, morfología y el estrato donde se hallaba, de qué se alimentó, en qué ecosistema vivía, y de qué forma. Jordi Agustí, doctor en ciencias biológicas y miembro de la Real Academia de Ciencias y artes —que entonces era director del Instituto de Paleontología Miquel Crusafont—, escribió el mismo día en que se publicó el hallazgo un artículo en el diario EL PAIS donde nos daba cuenta del tipo de hábitat en que se movía Pierolapithecus. Según este prestigioso científico durante el Mioceno Medio (hace 13 millones de años) el lugar donde se han desenterrado los restos fósiles de Pau era una selva tropical, densa y muy húmeda. El propio Agustí hace mención en su artículo a las palabras del mallorquín Salvador Moyá-Solá —actual director del Instituto Crusafont—, principal responsable de esta fructífera investigación, que lleva más de 20 años trabajando en Sabadell. Moyá, para dar una idea de cómo era aquella selva, dijo que se podría haber observado en ella la misma variedad de fauna “que pasando un mes en la actual selva de Sumatra” (isla de Indonesia occidental).
Se encontraron también fósiles de pequeños vertebrados como ardillas voladoras, carnívoros muy primitivos, pequeños cérvidos de bosque, reptiles, y una cantidad muy elevada de tortugas, además de antiguos parientes del elefante y del rinoceronte. Parece ser, según nos contaba Jordi Agustí, que hace entre 16 y 14 millones de años se produjo una enorme crisis climático ambiental, nunca antes registrada en el planeta durante los últimos 30 millones de años. Como consecuencia, los hielos avanzaron por primera vez a la Antártica debido al rápido descenso de las temperaturas, y los primeros biotopos semejantes a sabanas se extendieron por África oriental. Para los primates del continente esto supuso un cambio adaptativo en la alimentación, que pasó de su contenido en frutos, a una dieta basada en hojas coriáceas (recias pero flexibles). La adaptación trajo consigo una dentición reforzada dotando de grueso esmalte las muelas de estos primates, que especializados ya en un clima seco, se extendieron a parte de Europa, aprovechando el nuevo paso desde África debido al retroceso de las aguas. Los restos fósiles de estos primates que alcanzaron Europa —anteriores al descubierto por el equipo de Salvador Moyá—, se conocen como Griphopithecus y tienen una antigüedad de 14 millones de años. Existen otros restos hallados en África, datados más o menos con la misma edad cronológica, que, muy probablemente, sean del mismo género pero con un nombre diferente: Kenyapithecus.
Pero, ¿en qué momento aparece el «recién» descubierto Pierolapithecus catalaunicus? Nos situamos en Europa hace unos 14 millones de años; buena parte del continente está recuperando la estabilidad climática tras la crisis que sufrió dos millones de años antes, y que trajo, desde África, a aquellos primates especializados a un entorno seco. La recuperación climática también lo fue ecológica, y regresaron los bosques tropicales extendiéndose por buena parte de Europa y Asia occidental. La diversidad de los mamíferos aumentó y se abrieron, hace cerca de 12 millones de años, nuevos pasos entre Europa occidental y África a través del Próximo Oriente. El clima se recuperó de tal forma, que los nuevos bosques subtropicales llegaron hasta el norte de África. Es en este momento de estabilidad, que Jordi Agustí calificaba de “oasis” o “tiempos de bonanza climática y ambiental”, cuando aparece Pau, el Pierolapithecus. Pau, surge junto a una fauna de habitad boscoso, pero su existencia, como especie en Europa, no fue muy duradera. Se piensa que pudo evolucionar en este continente hacia especies más arborícolas, después de sufrir otras crisis climáticas en las que los inviernos se hicieron más fríos, y los veranos cada vez más secos. Un candidato a descendiente del Pierolapithecus en Europa podría ser Dryopithecus “Jordi”, cuyos restos se encontraron en Can Llobateres y fue publicado hace más de diez años. Finalmente, estas especies de dientes de esmalte fino que se alimentaban de hojas blandas y de fruta, se extinguieron en Eurasia debido a la variación del clima y tal vez evolucionaron dando lugar al orangután: simio antropoide originario de las selvas de Borneo y Sumatra cuyo nombre en malayo significa hombre del bosque . En África, sin embargo, la especie del Kenyapithecus —el “Jordi africano” que se mantuvo en el continente— soportó las duras crisis climáticas adaptándose a ellas, y es esa línea evolutiva, la que dio origen a nuestra especie millones de años después.


Siguiendo con el hallazgo de Hostalets de Pierola Pierolapithecus conviene tomar nota de algunos detalles que expuso la investigadora Meike Köhler, del equipo descubridor, en una rueda de prensa:
“Mientras el resto de los primates tienen el cuerpo más parecido a un gato, los grandes antropomorfos presentan posturas erguidas y el cambio para eso se ve claramente en el cuerpo de Pau”.
Según Köhler, los restos fósiles de este lejano antepasado, considerado —al menos por el momento— como el punto de partida hacia los grandes antropomorfos y nosotros, revelan una postura erguida; lo que no implica que fuese bípedo de forma especializada. Salvador Moyá, que como ya he señalado dirigió la investigación, subrayó además que el cráneo de este hominoideo es extremadamente moderno, con características semejantes a los grandes simios actuales.
Moyá dijo sobre la alimentación de Pau, que estaba basada en frutos, vegetales, insectos y ocasionalmente de pequeños mamíferos, haciendo de esto último una comparación con los chimpancés:
“Llevaba el tronco del cuerpo vertical y lo que hacía era suspenderse”.

Pierolapithecus, tenía las manos mucho más cortas que los actuales chimpancés, lo que le impedía colgarse. Sin embargo, su morfología ósea indica que fue sin duda un excelente trepador. Otro dato a señalar es que algunos de los huesos encontrados muestran marcas de dientes y tratándose de un ejemplar joven, cabe pensar, que tal vez fue apresado por algún carnívoro hace aproximadamente 12 millones de años en la selva tropical que era entonces la península Ibérica. Este espécimen descubierto tiene una importancia añadida, y es que hasta el momento no se contaba con evidencias fósiles, de un periodo prehistórico en el que un primate abrió la senda que conduciría a los simios superiores -y a sus antecesores más cercanos de los que aun no se han encontrado fósiles- y a los homínidos (nuestra estirpe). Pau estaba en ese punto de diferenciación con el resto de primates, y existen una serie de indicios que son muy útiles sí, claro está, los huesos encontrados son las piezas claves para ello. Estos indicios son: la ausencia de cola, una columna vertebral que permita una postura erguida, un cráneo en el que la cara sea bastante plana y no exista una nariz protuberante o un morro, es decir, que no se estorbe el campo de visión de manera que los ojos estén situados en el plano frontal de la cara. Otro punto a tener en cuenta es la rotación articulada de los brazos que en los simios superiores (recordemos que se trata de chimpancés, gorilas, gibones y orangutanes) y en los seres humanos es de 360 grados, lo que no ocurre con el resto de primates.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ardipithecus ramidus; “Ardi” para los amigos.

Ardipithecus ramidus vivió hace alrededor de 4,4 millones de años, y sus restos fósiles nos muestran, una vez más, lo imprevisible que es la evolución. El resultado del extenso estudio realizado por 47 científicos durante 17 años sobre Ardi, aparece ahora en la prestigiosa revista científica Science en el número de octubre. Entre los autores del estudio se encuentran prestigiosos científicos como Tim White, Berhane Asfaw, Giday Woldegabriel y Gen Suwa

¿Qué importancia tiene este primate homínido de hace 4,4 millones de años para la ciencia? ¿Por qué es tan especial?

Hace entre 6 y 7 millones de años, un ancestro común entre nosotros y los chimpancés, un primate, cuya especie fósil aun no ha sido descubierta, escindió su línea evolutiva en al menos dos especies, que en principio no debieron diferenciarse demasiado. Este fenómeno llamado especiación, que da lugar a individuos distintos a partir de cambios genéticos, se produce por múltiples factores como el aislamiento geográfico de un grupo, la adaptación, las presiones depredatorias y otros muchos factores que definen el tamiz perpetuo de la selección natural. Para resumir, nos quedaremos con que este primate superior dio lugar a caminos diferentes, tales como el nuestro y el de los chimpancés. Tres o cuatro millones de años más tarde, aparece en nuestra línea evolutiva el recién publicado Ardipithecus ramidus. Luego Ardi, con sus 4,4 millones de años de antigüedad, es el homínido conocido más cercano, al desconocido último ancestro común, entre nuestra especie y los chimpancés. Algo así como uno de los primeros descendientes —que está en nuestra línea de evolución— del abuelo, del abuelo, del abuelo, del abuelo… (hasta 7 millones de años atrás), de chimpancés y humanos.

Inesperadamente, Ardi es muy distinto a un chimpancé. Hasta ahora se tenía la sospecha, casi asumida, de que los chimpancés apenas habrían cambiado desde sus inicios como especie, tras la bifurcación que dio lugar su estirpe y a la nuestra. Ardipithecus ramidus demuestra que no fue así, y evidencia que también los chimpancés han sufrido grandes cambios evolutivos hasta su estado actual.

Los primeros hallazgos de Ardi se sucedieron a principios de la década de los noventa (1992), por un equipo dirigido por el paleoantropólogo Tim White de la Universidad de California (Berkeley). White, los desenterró a la luz de la ciencia en el yacimiento Aramis de Etiopía, África. Por aquel entonces aún se desconocía el tipo de locomoción de Ardipithecus ramidus. Sin embargo, tras nuevos fósiles y minuciosos estudios actualmente se concluye que Ardi era una especie bípeda con capacidad para trepar a los árboles, en una especie de locomoción mixta. Se han analizado 110 muestras fósiles, pero el conjunto más importante es el esqueleto de una hembra que debía pesar alrededor de 50 kilos, con una altura en torno a los 120 centímetros. De este esqueleto fósil se ha conservado la mayor parte del cráneo, la pelvis, los pies, las piernas y las manos. Los rasgos de éste homínido lo definen, según el paleoantropólogo Tim White, como una criatura mosaico:

«En Ardipithecus tenemos una forma no especializada que no ha evolucionado mucho en la dirección de Australopithecus. Por lo que cuando vas de la cabeza a los dedos del pie, lo que ves es una criatura mosaico, que no es ni chimpancé, ni es humano. Es Ardipithecus»




Andrés Ruiz Segarra

"Un tiempo que va más allá de la Historia, que precedió a la humanidad, y que determinó lo que hoy somos y el lugar que ocupamos en este planeta"